SUEÑOS DE ARENA Y PIEDRA
Michel Vieuchange murió por ver Smara,
texto FRANCISCO
LUIS DEL PINO OLMEDO
Hay viajeros que ponen su vida al servicio de un sueño y
llegan hasta el fin. El francés Michel Vieuchange sintió una atracción
irresistible por la legendaria ciudad santa de Smara, en el Sáhara Occidental,
y se propuso llegar a ella. “Ver Smara y morir” (Laertes) recoge las notas del
duro viaje que emprendió y de su consecución.
Habría que preguntarse si, cuando los sueños se
convierten en obsesión, el resultado de perseguirlos no acaba en pesadilla.
Muchos exploradores y temerarios viajeros han dejado sus huesos en esa hermosa
locura preñada de peligros y dificultades, donde la voluntad se enfrenta cara a
cara desafiante al reto, sin importar el precio a pagar. ¿Qué impulsa a los
hombres a ir más allá de toda prudencia? Cada uno tendrá su motivo pero, sin
ellos, las rutas del mundo serían líneas insulsas en un mapa. Y el ejemplo de
ese atrevimiento ha quedado cartografiado con sus emociones como legado.
De ese magnetismo por un objetivo lejano, y
por tanto romántico, se enamoró un joven aventurero que, con la ayuda de su
hermano Jean como refuerzo en la retaguardia, se batió con el desierto tras las
huellas de un sueño para conseguir alcanzarlo en el año 1930. Lo sorprendente
es que el caso de Smara es distinto, pues, aunque envuelta en un halo de
leyendas y misterio, ya había sido visitada por una columna francesa durante breves
horas en una operación militar en 1913, y por lo tanto no era del todo
desconocida. Sea como fuere, Michel Vieuchange resolvió empeñar todas sus
fuerzas en hollar la capital de los llamados Hombres Azules de Río de Oro,
fundada por el jeque Ma el-Ainin a finales del siglo XIX, y dejar constancia de
su presencia allí.
En un viaje infernal a través de la hamada
(desierto de piedra y arena), acompañado de varios nativos, Vieuchange se
dejó jirones de salud. Disfrazado de mujer casi todo el tiempo, viajó escondido
en un capazo, a veces envuelto en esteras y doblado sobre diferentes monturas,
para ocultarlo a los ojos hostiles de las tribus enemigas de los europeos,
sobre todo de los franceses. Desanimado a veces, y otras sintiéndose
incapaz de seguir adelante, consiguió llegar a la olvidada ciudad santa del
desierto. Allí sentirá una enorme emoción al tener frente a él su meta, que
contempla por un largo momento; mira las casas medio destruidas y vacías por el
abandono casi absoluto desde hace años. El único verdor que alivia sus ojos
cansados de tanta aridez son las palmeras erguidas a lo largo del ued.
Recorre la ciudad redactando mentalmente una
crónica de cuanto observa, y después escribe una nota de la aventura llevada a
cabo “conjuntamente” con su hermano –puntualiza–, encargándose cada uno de su tarea: Jean como apoyo
logístico (en Marruecos), y de socorro en caso de ser necesario, y él mismo “entrando
en el oasis el uno de noviembre de 1930”. Introduce la nota en un frasco con tapón de vidrio
esmerilado y lo esconde echando tierra y algunas piedras encima. Rápidamente
levanta el plano de la ciudad y toma varias fotografías. No da tiempo para más, los gritos de alerta de sus acompañantes,
ante el peligro de hombres que se acercan a Smara, interrumpen su
reconocimiento. Casi a empujones lo meten de nuevo en los mimbres y de esta
guisa salen huyendo. Ni siquiera ha podido echarle un último vistazo a la ciudad,
se queja en sus notas. Solo ha estado tres horas en el interior del sueño, pero
lo ha hecho realidad, y ha dejado pruebas de su paso.
El regreso es mucho peor que la ida; con la
salud muy deteriorada por la disentería, y el miedo a que le entreguen para
cobrar la recompensa que ofrece el caíd Madani por todo europeo que se aprese
en el territorio. Los camellos mueren de agotamiento, y hay que hacerse con
otros; débil y muy enfermo conseguirá llegar al poblado de Tiguilit y enviar
una nota a Jean en Mogador solicitando ayuda. Se cita con él en Tiznit, desde
donde fue trasladado en avión al hospital de Agadir. Morirá pocos días
después.
Si Ver Smara y morir es una excelente
crónica de viajes, dramática y emocionante, el libro se enriquece además con una
larga introducción del periodista Pablo-Ignacio de Dalmases, especialista en temas
saharianos, sobre la figura de Ma el-Ainin, el fundador de Smara; la ocupación
española de la zona en 1934 y la posterior historia de la ciudad. Se corrige también
un dato importante que la historia oficial (francoespañola) ha dado por cierto
durante muchos años: que la columna de castigo del teniente coronel Mouret que
entró en Smara en persecución de guerreros nómadas que habían masacrado en un
raid a una fuerza francesa no destruyó la ciudad en represalia, tan solo causó
algunos destrozos. Igualmente se aprecia la esmerada traducción y las notas del
saharaui Larosi Haidar. Un libro estimulante y bello que se publica por primera
vez en español.
Los saharauis llevan cuarenta años de espera
sostenidos por el sueño de la recuperación de su país. Han luchado y muerto en el
combate por su identidad; han sufrido prisión y torturas por Marruecos tras el
vergonzoso abandono de España en 1976, pero siguen irreductibles en su sueño.
Tanto en los campamentos de la inhóspita hamada argelina de Tinduf, como
en todo el territorio ocupado, el sueño de libertad sigue venciendo a la dureza
de las circunstancias.
[...] Artículo completo en: http://www.librujula.com/articulos/reportajes-temas/461-suenos-de-arena-y-piedra
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