21 diciembre 2015
Viajando por Turquía
Estambul, Bursa, Troya, Assos, Colofón, Pérgamo, Efeso, Pamukkale, Hierápolis, Afrodisia, Alabanda, Alinda, Priene, Mileto, Dídima, Marmaris, Caunus, Antalya, Konya, Capadocia, Ankara, Sínope... Sonoras palabras que evocan lugares habitados por heroínas y dioses, por pletóricas columnas y grandiosos sillares, enmarcados por cielos de azules altísimos, esmaltados por el verde de adelfas y pinos, la aguamarina de tantos mares o el esplendor de baldosas y mármoles; estuche de maravillosas mezquitas. Para acabar el año, les propongo (supongo que lo sabrán perdonar) algunos fragmentos de un libro mío que los recorre con placer y los recuerda con gratitud.
1. El barrio asiático de Üsküdar es el Brooklyn de Estambul; permite ver una de las líneas del cielo más hermosas y privilegiadas del mundo. En la colina de enfrente, las siluetas orgullosas de lo mejor de la ciudad. Encaramado en la punta de su izquierda, el enorme palacio de Topkapi; a continuación, Santa Sofía, de potentes contrafuertes y colores. Un poco más allá, la gris y sobria mezquita Azul, es decir, Sultanahmet; bastante más allá, la gran mole de la mezquita de Solimán el Magnífico; delante de ella, se perfila la esbelta torre de la universidad. Si la mirada desciende hasta el mar, se divisa el puente de Gálata y, pegada a él, la bonita mezquita Yeni; a su vera se intuye el abigarrado mercado Egipcio. La torre de Gálata destaca en la otra orilla del Cuerno de Oro.
Interior de Santa Sofia (Istambul)
Ir a Üsküdar en transbordador cuando luce el sol, entre los azules del cielo y el mar, la cara al viento, es una alegría. O en la noche ver la luna turca colgada del firmamento. Reza, sin embargo, para que no todos los días de Estambul sean radiantes de sol y de brisa. Que algún día los visite la lluvia y el viento. Entonces pueden verse nubes como el carbón, como el aluminio; nubes deshilachadas como la más fina muselina al libre albedrío del aire, y el sol jugueteando con ellas. Cortinas de lluvia como niebla espesa en el confín del horizonte, desgajadas por ráfagas de luz. Y el mar esmaltado de plata. Que haya algún día de humo y grises en que el sol se intuya tan sólo detrás del plomo. Las nubes son gris-azules; ligeros trocitos caen a un agua que se transforma en una capa densa y aceitosa, y crean una ligera neblina a ras de mar. El viaje se vuelve misterioso e incitante. Las gaviotas vuelan por este cielo fantasmagórico sin tan siquiera atreverse a graznar. El agua es más oscura, más profunda y más antigua que nunca. Que vivan para siempre los transbordadores de Estambul colgados entre mar y cielo.
Puesto del popular mercado al aire libre alrededor de la mezquita de Fatih (Estambul)
2. Al cabo de un cuarto de hora salíamos hacia Urgüp. El paisaje se iba transformando lentamente en el paisaje imposible de la Capadocia, onírico, curvado --ni un ángulo recto--, suave --pura erosión--, erótico, sugerente, de fábula, entre el ocre y el rosado, enormemente cambiante a capricho del sol. El terreno se iba ondulante poco a poco, perdía aridez, se percibían los oscuros y profundos pozos del deseo del tiempo. Cuando entras en la Capadocia, tienes la impresión de entrar en un mundo irreal, donde no hay tiempo, todo está detenido, tienes la sensación de estar fuera del mundo.
La carretera avanza en medio de este prodigio. A ambos lados, las caprichosas construcciones rosadas por el desgaste, la profundidad de cuevas a medio imaginadas, refugios para gente perseguida: la Capadocia ha acogido amablemente entre sus curvas, en sus entrañas, desde siempre, pueblos perseguidos. Más lejos, el conjunto impresionante de Uçhisar, a medias montaña, a medias pueblo, hasta el punto de que no sabes dónde termina una y empieza el otro, porque, de hecho, ni empiezan ni terminan, forman un conjunto único, compacto. Te quedas boquiabierta ante un espectáculo no por anunciado menos impresionante.
Templo de Atena en Priene (ciudad jónica cerca de la costa Caria)
Urgüp también es mitad pueblo, mitad montaña. Puesto que mucha gente visita la Capadocia, es una aldea llena de pensiones y hoteles; pero a pesar de este peaje, es muy agradable. Permite la felicidad de un lento pasear deteniéndose en cada puesto del bazar al aire libre mirando y revolviendo jerseys, muñecas, camisetas, turquesas y platas. Una subida fastuosa hasta el punto más alto de Urgüp permite vislumbrarlo entero, la visión fugaz de unos baños turcos, la cena en una lokanta en el fresco vivificante de la brisa de la montaña. Una delicia.
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