Hace algunos años solía decir en broma que había tres países inexistentes, que sólo existían en la ficción geográfica, porque no conocía a nadie que hubiese estado nunca en ellos: Mongolia exterior, Albania y Corea del Norte. Con el desmoronamiento del sistema comunista resultó acreditado que los dos primeros existían realmente y Albania incluso «escupió» una buena parte de su población en forma de emigración más o menos ilegal a los países vecinos, particularmente Italia mientras que al fin Corea del Norte, elevada al primer plano de la actualidad periodística por su programa nuclear y su dinastía comunista, abría a la vez sus fronteras muy discretamente un turismo selectivo y controlado. Por esta rendija logró colarse la curiosidad de la locutora de radio Beatriz Pitarch que se desplazó a tales efectos hasta Pekín con su compañero Pau y consiguió para ambos milagrosamente el visado que les permitiría penetrar en el más secreto de los países del mundo contemporáneo. La experiencia resultó tan extraña y surrealista que Beatriz ha querido relatarla con el libro «Cerrado 24 horas. Crónica de un viaje a Corea del Norte» (Laertes) que constituye uno de los escasísimos testimonios que poseemos de un autor español sobre este particular.
A la vista de lo que explica la autor, Corea del Norte es lo más parecido al universo orwelliano de 1984, un Estado de corte medieval y, a pesar de su carácter comunista y por ende ateo, teocrático, puesto que toda la vida de sus habitantes gira en torno a la divinización de la dinastía Kim, fundada por Kim Il Sung, el «Eterno presidente» y «Amado líder», sucedido por su hijo Kim Jon Il, «Gran líder» o «Querido líder» y éste, a su vez, por Kim Jong Un, hijo de una bailarina que fue la tercera pareja del padre, recientemente encumbrado a la cúpula del partido único, del ejército y del Estado tras el fallecimiento de su progenitor. Se trata de un verdadero culto de latría al que los coreanos están sometidos en todos los instantes de su vida y sobre todo desde el momento en que alcanzan su mayoría de edad y reciben un pin con la imagen del «Eterno presidente» que deberán llevar siempre -¡y no perder nunca!- a título de salvífico escapulario.
Beatriz y Pau, con el belga Sebastien, la argentina Marina, la curiosa pareja formada por el mexicano Horacio y la despampanante rusa Irina -que se pasea por la empobrecida Corea a bordo de un coturnos de aguja- y el norteamericano Jason, recorren el país en un itinerario cerrado en la imprescindible compañía de sus guías Kang y Kim, de los que no pueden separarse sino para penetrar en sus habitaciones y de los que no pueden deshacerse ni para salir a dar un paseo fuera del hotel.
Beatriz describe la irracionalidad de un sistema que ha convertido a todos los coreanos en autómatas sin opinión propia alguna, imposibilitados de salir de su país y convencidos de que viven en un paraíso, a pesar del hambre, la carencia de libertad y el aislamiento. La autora puede eventualmente «eludir» del cerco establecido por sus vigilantes, como durante la visita al parque de atracciones o cuando viaja de regreso a Pekín en tren y consigue que el severo Kim desate su lengua gracias a la cerveza y el licor en las conversaciones nocturnas de sobremesa, lo que le permite conocer algunos datos de la existencia de corrupción, estraperlo y otras situaciones férreamente escondidas a los ojos de los visitantes.
Pablo-Ignacio de Dalmases / Diario Marítimas, agosto 2012
Pablo-Ignacio de Dalmases / Diario Marítimas, agosto 2012
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