La cocina
de los viajeros españoles
«Hay una
cosa que un viajero -o cualquier turista debiera hacer cuando llega a un lugar
desconocido…: acudir al mercado local, pasear en los amaneceres, asomarse a los
establecimientos de todo tipo, buscar la música que hace cantar y bailar a sus
habitantes, visitar los museos y rincones emblemáticos, asistir a una
manifestación cultural típica, ojear la prensa local, conversar -incluso por
señas o en chabacano- con la gente y, desde luego, probar la comida y bebidas
de la zona». Un sabio consejo con el que Ángel Martínez Salazar inicia su libro
De comerse el mundo. La cocina de los viajeros españoles (Laertes).
Uno de los
mejores alicientes de cualquier viaje es el descubrimiento de las cocinas
locales, que son el resultado tanto de la disponibilidad real de materias
primas, como de siglos de tradiciones, culturas, hábitos e incluso normas y prejuicios
religiosos. Variedad ciertamente amenazada por la creciente globalización, con
la subsiguiente imposición de pautas de alimentación que tienden a una
peligrosa uniformidad. Martínez Salazar ha seleccionado una cuidada, amplia y
variada antología de textos de viajeros españoles en lo que éstos hablan de sus
aventuras gastronómicas en tierras lejanas e ignotas, desde los clásicos de los
grades descubrimientos como Fernández de Oviedo, fray Juan González de Mendoza,
Eugenio de Salazar o Pedro Menéndez de Avilés, los viajeros del siglo XIX,
cuales Cristóbal Benítez, Manuel Iradier, Ali Bey el Abasi o Pedro Artonio de
Alarcón, los expertos gastronómicos de nuestro tiempo, como Nestor Luján y Juan
Perucho o lo nómadas contemporáneos, como es el caso de Rusiñol y Sagarra en la
primera mitad del siglo XX o Reverte, Pancorbo, de la Cuadra y Leguineche en
nuestro tiempo. Todo ello para descubrir que, como dice un viejo refrán, «todo
lo que nada, corre o vuela, a la cazuela».
De ahí que
Martínez Salazar traiga a colación exquisiteces como perro asado en Filipinas o
Corea, taquitos de gusanos en México, saltamontes de Arizona, ratas al ajillo de
Rotterdam, estofado de pene de búfalo, mus de serpiente cascabel en Tokyo, mono
verde asado en el Congo, huevos de hormigas rojas en Laos, Thailandia y México,
guiso de canguro en Australia, huevos de iguana en Colombia, foca hervida en Alaska,
ahumado de orugas, sapos, termitas y hormigas en Colombia, y asado de perro en
la islas Carolinas. Como dicen en Cuba, para gustos hay colores… y ¡y sabores!
Pablo-Ignacio de Dalmases, Diario Marítimas
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