miércoles, 8 de abril de 2015

Entrevista a Ana M.ª Briongos

anabriongos

La escritora de viajes nos muestra con sus libros lo que hay detrás de un velo en países como Irán o Afganistán.

Si se montara sobre una alfombra mágica, Ana Mª Briongos volaría sin pensárselo dos veces hacia Oriente: a India, a Afganistán o a Irán, países donde ha vivido largas estancias y sobre los que ha escrito varios libros de viaje: ¡Esto es Calcuta!, Un invierno en Kandahar, Negro sobre negro La cueva de Alí Babáeste último publicado en edición ampliada por Laertes recientemente. Todo empezó con el mítico Hippie Trail…
“Lo que vemos por televisión no es Irán: es un país en revolución y en guerra”
La Línea del Horizonte: ¿Cómo eran aquellos viajes de la ruta hippie?
Ana Mª Briongos: Había muchos jóvenes que viajaban a India porque los Beatles se habían ido a buscar a su gurú y se puso de moda ir hacia Oriente. Yo me podría haber ido a cualquier sitio, porque de lo que se trataba era de irse de casa. Pero como lo que entonces se llevaba era India, a India fui.
Ana Briongos en Band-i-Amir, Afganistán, 1976.
Ana Mª Briongos.
LDH: Y te fuiste sola…
A.B.: Porque nadie quiso acompañarme. De todas formas, por el camino te encontrabas con otros viajeros que hacían la misma ruta y te unías a ellos.
LDH: ¿Cómo ha cambiado tu manera de viajar desde entonces?
A.B: Mucho. En este momento ya no llevo una mochila, sino que voy con una maleta de ruedas y en avión; cuando antes, incluso los trayectos largos los hacía en autobús o en carro, primero porque no tenía dinero, y segundo porque tenía mucho tiempo, ¡era rica en tiempo! Hoy en día los viajeros de mochila y autobús tienen muchas más dificultades para cruzar países y fronteras, porque Estados que eran estables y seguros en aquella época, como Líbano, Siria, Jordania, Irak, Irán… ahora están continuamente en guerra.
Valle de Bāmiyān, Afganistán.
Ana Mª Briongos.
LDH: ¿Era igual de fácil viajar por estos países siendo mujer?
A.B.: Para mí sí. Además, en los países musulmanes tenía la oportunidad de entrar en las zonas de las mujeres, que los chicos tenían prohibidas. Digamos que yo era el tercer sexo: no era ni una mujer musulmana encerrada en casa ni un hombre, pero podía entrar en las cocinas de las mujeres y en las reuniones de los hombres: ¡perfecto!
LDH: Tenemos entendido que estuviste a punto de casarte con un sobrino-nieto del rey Afganistán…
A.B.: Bueno, en toda esta aventura fui a parar a casa de unos sobrinos del rey, que me acogieron. Sus padres eran como mis padres en Afganistán, y en un momento dado dijeron que no les importaría que yo me casara con su hijo; cosa muy rara, pues no había extranjeros dentro de la familia real afgana. La propuesta me conmovió, porque significaba que me apreciaban, ¡pero ni él ni yo estábamos dispuestos a casarnos! Fueron ellos que se montaron su película…
LDH: ¿Imaginas cómo hubiera sido tu vida de haberte emparentado con el rey de Afganistán?
A.B.: Afganistán ha tenido una historia muy dura en los últimos años… Esta familia fue a parar a la cárcel durante la invasión soviética, después tuvieron que salir del país y están todos esparcidos por el mundo como refugiados políticos… Probablemente no volverán nunca a su país. Así que creo que hicimos muy bien en no casarnos; aunque mantengo contacto con ellos, somos muy amigos, vienen a visitarme a Barcelona de vez en cuando y, de hecho, yo voy ahora a la boda de uno de los hijos.
LDH: De quien sí te enamoraste en Irán fue de la poesía persa
A.B.: Hay poetas extraordinarios allí… “¡Eh! Gentes que estáis en la playa contentos, riendo, hay una persona en el agua que se está ahogando…” –recita en persa–. Son versos de Nima Yushich, el primer poeta moderno que se saltó las normas de la poesía clásica, escritos a mediados del siglo XX. Me gustan mucho los poetas actuales también, como Ahmad Shamlú, la gran poetisa Forugh Farrojzad, o Simin Behbahani, otra mujer… todas ellas muy veneradas, poderosas y potentes.
Ana Briongos en Teherán, con las poetas Simin Behbahani y Nahid Kabiri.
Ana Mª Briongos.
LDH: A Behbahani la llamaban la “leona de Irán”.
A.B.: Era una mujer con mucha presencia. Toda una luchadora por los derechos humanos y de la mujer. Llegó un momento en que decía lo que le daba la gana, porque tenía tal veneración popular y tantos años –murió a los 87, el año pasado– que ya no le importaba lo que le pudiera ocurrir.
LDH: ¿Cuál es el principal problema al que se enfrenta la mujer en los países islámicos?
A.B.: Lo más grave es que la ley considera a la mujer como la mitad de un hombre. A la hora de ir a un juicio, por ejemplo, su testimonio vale la mitad del de un hombre; por lo tanto, se necesita el testimonio de dos mujeres para que tenga el mismo valor que el de un hombre. En caso de divorcio, los niños son propiedad de la familia del marido… Y muchas leyes absurdas más que las mujeres iranís luchan por cambiar.
LDH: ¿Tienen fuerza los movimientos feministas en Irán?
A.B.: Mucha, porque sus mujeres están muy bien preparadas; son profesionales, escritoras, abogadas… Claro que reciben golpes a diestro siniestro, pero porque están a pie del cañón, en primera fila. En los últimos años, las feministas islámicas han llegado al parlamento y están formándose teológicamente para ponerse al nivel de los ayatolás a la hora de discutir la ley teológicamente, con complicadas estratagemas lingüísticas.
LDH: Estas feministas islámicas usan el velo de forma voluntaria…
A.B.: Sí… En época del padre del Sha, hace más de cien años, se prohibió el uso del velo, así como el fez tradicional a los hombres, a quienes se les obligó a utilizar el sombrero occidental. Para las niñas iranís, quitarse el pañuelo supuso dejar de ir a la escuela, porque los padres no las dejaban salir descubiertas de casa. Ahora ocurre al revés: por fuerza tienen que ir cubiertas. Esto, para las mujeres de la ciudad que vestían a la manera occidental es un palo, una obligación que las pone en rebeldía; pero para el resto de mujeres de ciudades pequeñas y zonas rurales, el tirarse el chador por encima es una costumbre de toda la vida.
Ana Briongos en Ghom, de visita al mausoleo de Bibi Fatmá, hermana del Emam Rezá.
Ana Mª Briongos.
LDH: Tú te pusiste un burka en alguna ocasión. ¿Cómo fue salir a la calle tapada de la cabeza a los pies?
A.B.: Para quien no está acostumbrada es muy complicado; eres como un caballo con las orejeras para que no se distraiga en la era. Sólo ves un cuadrado y vas tropezando por todas partes; tienes que ir siguiendo a alguien para no caerte. Por eso las mujeres afganas siempre van unos cuantos pasos por detrás de un hombre, siguiendo una sombra. Para mí fue una experiencia simplemente simpática, porque no estaba obligada… En cualquier caso, no todas las mujeres afganas van con chadrí: las que tienen que trabajar en el campo no se visten así, porque necesitan movilidad y vista.
LDH: No sólo las mujeres ven recortadas sus libertades en Irán. Está el caso del cineasta Jafar Panahi, que tiene prohibido abandonar el país y rueda sus películas en la clandestinidad. Le dieron el premio a la mejor película por Taxi este año en la Berlinale.
A.B.: No he visto sus últimos trabajos. El globo blanco fue la primera película que vimos de él en España, muy bonita, de niños, que es lo que hacían los iranís para poder saltarse la censura, películas de niños. El espejo también es de niños, aunque la más conocida es El círculo, sobre las vejaciones cotidianas y la falta de libertad que sufren las mujeres en Irán.
LDH: El Irán que nos muestras en tus libros es mucho más amable, distinto…
A.B.: Es que lo que vemos por televisión no es Irán: es un país en revolución y en guerra. Los iranís son gente muy afable, sensible y acogedora, que existe al margen de sus gobiernos y del clero chiita. Irán es mucho más que eso: tiene una cultura milenaria impresionante, una antigua religión zoroastriana interesantísima, una sociedad laica muy potente…
LDH: Y una cultura gastronómica que has recogido en un libro
A.B.: En mis viajes a Irán he pasado mucho tiempo con mujeres en las cocinas, así que aproveché para poner en orden las recetas y prácticas que aprendí: cómo poner una mesa, limpiar verduras, preparar una boda, la fiesta de fin de año…
LDH: ¿Qué plato de la gastronomía iraní nos recomiendas?
A.B.: A mí me gusta mucho el kashke bademjan, que son berenjenas con kashk, una especie de yogur agrio que se utiliza mucho en la cocina persa, porque es la manera que tienen de conservar la leche, en bolas, seca; luego la derriten con agua y se forma esta pasta blanca que mezclan con las berenjenas. Es un plato de desierto.
LDH: ¿Qué tal fue tu experiencia con los nómadas en el desierto?
A.B.: Dormí siempre vestida y con el pañuelo puesto, ¡pero porque pasé un frío horroroso, horrible! Aparte de esto, es sorprendente las escuelas que se montan en mitad de la nada. Los niños se sientan en el suelo alrededor de un maestro y una pizarra, con su cartera y su lápiz, y eso es la clase. Y, por supuesto, las mujeres nómadas no van con chador negro: llevan unos vestidos de faralaes preciosos y unos gorritos de cuentas de colores y unos velos de tul maravillosos… Parecen princesas, pero son ganaderas: crían a los hijos, cocinan, hacen el pan, ordeñan… Yo no sería capaz de llevar una vida así.
Ana Briongos en la mezquita del Emam, Isfahán, 2014.
Ana Mª Briongos.
LDH: “Las alfombras son las casas de los nómadas”, dices en La cueva de Alí Babá.
A.B.: Sí, quien tiene una alfombra tiene una casa, porque es encima de ellas donde viven. Además, como no tienen plantas, tienen tejido allí también su jardín.
LDH: Debes de tener toda una colección de alfombras persas en casa…
A.B.: Tengo alguna, pero no es nada del otro mundo… Lo que sí que tengo son jajims, unas mantas a rayas, tejidas a mano, que utilizan los nómadas para envolver sus paquetes cuando se trasladan. Son más baratas que las alfombras (¡mi economía no da para alfombras, que son carísimas!), ocupan menos sitio, las puedes utilizar para poner encima de un sofá, de una mesa o como cubrecama, y son muy bonitas.
LDH: ¿Adónde te irías ahora con una alfombra voladora?
A.B.: Ahora me voy a Estados Unidos, porque tengo un nieto en San Francisco y tengo a cumplir, con mucho gusto, mis labores de abuela. Pero mi corazón está en Oriente; allí me siento como en casa, y procuro ir cada año o cada dos años para ver cómo palpita el país. La última vez que estuve en Irán, hace unos meses, se respiraba mucha ilusión con el nuevo presidente y las negociaciones con Obama. Incluso los más jóvenes, que no conocen lo que había antes de la revolución, están hartos de tanto control estatal; van con el símbolo de Ahura Mazda, el dios zoroastriano, que representa un regreso a la antigüedad persa de antes de la invasión árabe. Hay movimientos de rebeldía; quieren que las cosas cambien.
Más información de Meritxell-Anfitrite Álvarez-Mongay

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