martes, 21 de junio de 2011

¿Cómo sería el mundo si mandaran las mujeres?

Iolanda Mármol, autora de Secretos de campaña, participa en este extenso reportaje sobre la mujer y la política, publicado en Yodona. ¡Muy interesante!



¿Cómo sería el mundo si mandaran las mujeres?

Cuando dos personajes como el escritor británico Martin Amis y su compatriota, el zoólogo y etólogo Desmond Morris, se ponen de acuerdo en desear un mundo gobernado por mujeres, no queda menos que alegrarse, aunque con matices. El autor de Tren nocturno (1997), enfant terrible hasta el extremo de ser calificado de misógino, se descolgó con un incontenible anhelo en la última edición del festival literario londinense Ways with Words, donde dijo: «He tenido un sueño. He visto el día en que la política se feminiza; el día en que los valores femeninos dominan la esfera pública de una manera jamás vista. La emergencia de las mujeres es algo absolutamente grande y maravilloso, también inevitable. Ahora soy una especie de milenarista feminista. Los hombres deberían luchar por los derechos de las mujeres, si es que aprecian en algo la supervivencia de nuestra especie. La ciencia nos dice que existen diferencias insignificantes entre el cerebro femenino y masculino, pero todos sabemos que las mujeres son más amables. Creo que la inclinación masculina a la violencia y la venganza, a la oposición y el orgullo nos destruirá». El sueño de Amis estuvo cerca de concretarse en España, donde las elecciones municipales y autonómicas del pasado 22 de mayo dejaron una parte del poder territorial en manos de las mujeres. Según datos facilitados por el PP, al menos 11 capitales de provincia tendrán una alcaldesa rigiendo los destinos de la ciudad. Entre ellas, las ya incombustibles Rita Barberá (Valencia) y Teófila Martínez (Cádiz). Y en cuanto al poder autonómico, cuatro mujeres, de las ocho candidatas, ocuparán la presidencia regional: Yolanda Barcina, de UPN, ha iniciado contactos con el Partido Socialista Navarro para gobernar la Comunidad Foral; Luisa Fernanda Rudi (PP), primera presidenta del Congreso español, liderará Aragón; Esperanza Aguirre (PP) repite mayoría absoluta en Madrid por tercera vez consecutiva, y María Dolores de Cospedal (PP) arrebató Castilla-La Mancha a los socialistas después de 30 años de dominio total. Casi casi una revolución, ya que la pasada legislatura sólo Aguirre aparecía en la foto de presidentes autonómicos.

Tras estos resultados, el zoólogo y etólogo Desmond Morris estará encantado. El autor del bestseller El mono desnudo (1967) –20 millones de ejemplares vendidos– afirmó en su momento: «Mucho mejor nos iría si las mujeres se hicieran cargo de la gran mayoría de las organizaciones. Si dirigieran el mundo político en lugar de los hombres. No creo que ellos estén hechos para la política. Las mujeres son más prudentes por motivos genéticos y no van a cometer equivocaciones estúpidas». Las demostradas diferencias entre el cerebro masculino y femenino, origen de un exagerado neurosexismo (las mujeres dominan de forma innata las relaciones, la empatía, el lenguaje, mientras que los hombres demuestran una ejecución superior en destrezas espaciales, lógica abstracta, etc.), no llegan tan allá como para afectar a las capacidades que debe desarrollar cualquier persona en el mando de un Gobierno o una corporación. «Se han llevado a cabo estudios centrados en la búsqueda de estructuras cerebrales y adscripción de diferentes tareas en función del sexo», explica Laura López Mascaraque, vicedirectora del Instituto Cajal. «Hombres y mujeres se comportan de forma diferente en actividades cognitivas, como la representación espacial, navegación, razonamiento matemático, pero estas diferencias también existen en personas del mismo género. Por tanto, es necesario una mayor investigación para poder demostrar que el hombre ejerza mejor o peor el poder.» Pero... ¿y mientras llegan esas investigaciones? ¿Qué criterio dicta la ciencia? «El resultado del comportamiento de género es una compleja interacción de genes, hormonas, cultura, influencia social, nivel de aprendizaje y desarrollo cognitivo. Las mujeres y los hombres difieren no sólo en las características físicas y la función reproductiva, sino también en la forma en que resuelven problemas. En mi opinión, ellas y ellos pueden ejercer el poder de una forma distinta, pero igualmente efectiva.» El filósofo José Antonio Marina sostiene que «en los temas relacionados con el poder, es difícil distinguir lo que pertenece a la naturaleza del cerebro femenino y lo que deriva de la situación social y cultural sufrida durante milenios. La inteligencia cognitiva de la mujer y del hombre son prácticamente iguales, pero cambian los intereses, las motivaciones y los temperamentos, es decir, el modo de responder a estímulos emocionales. Los psicólogos nos dicen que la evolución ha seleccionado rasgos que permitían a la mujer cumplir su función maternal. Hoy, la mujer disfruta de una independencia que puede cambiar su estructura emocional, pero no inmediatamente. Las estructuras cognoscitivas cambian rápidamente, pero las emocionales, no». A propósito de su libro La pasión del poder: teoría y práctica de la dominación (Ed. Anagrama, 2008), Marina decía a la revista de EL MUNDO, El Cultural: «La mujer suele preferir formas suaves de influencia o dominación. Creo que su estilo de mandar es mejor». Hoy, la respuesta a la pregunta ¿existen diferencias entre la forma de detentar el poder entre hombres y mujeres? se ha matizado. «El ejercicio del poder es muy personal. No hay dos jefes que manden de la misma manera. No es lo mismo intentar conjuntar un equipo de trabajo que tomar decisiones en un momento de crisis. El buen liderazgo no es monolítico», afirma.

Sembrada la duda razonable sobre el supuesto determinismo de lo biológico, volvamos a aquellos valores femeninos de los que hablaba Amis como ingredientes del mejor gobierno. ¿A qué se refiere? «Se suele hablar de valores emocionales», explica Marina. «La empatía, la búsqueda de resoluciones pacíficas a los conflictos, la negociación.» La filósofa Victoria Sau los define así: «Fundamentalmente, el valor de la solidaridad que emana de la capacidad empática, es decir, ponerse en el lugar del otro. También valores afines como la generosidad, la antiviolencia, el valor de la creación como antítesis de la destrucción. Pueden ser compartidos por el colectivo masculino en un proceso de desaprendizaje o búsqueda de nuevos referentes». Por supuesto, no existe pensamiento único al respecto de un concepto tan resbaladizo. Amelia Valcárcel, consejera de Estado y catedrática de Filosofía Moral de la UNED, ofrece la otra cara de la moneda: «No creo en la existencia de unos valores femeninos vinculados de un modo esencial a las mujeres. Si estas cambiaran de posición no desarrollarían valores distintos de los que ya hay. Muchas de ellas se ven obligadas a desarrollar estas capacidades precisamente porque no tienen poder». Y añade: «A medida que la democracia se consolida, las oportunidades son mayores porque la formación de las mujeres es mejor y las empuja para subir. Pero encuentran un techo de cristal en los ámbitos de poder, y es cuando surge este discurso facilón de los valores. A nadie más que a las mujeres se les plantea que para tener la plena ciudadanía deben tener unos valores especiales. He escuchado a Michelle Bachelet [hoy al frente de la agencia de las Naciones Unidas para la igualdad de género] que las mujeres aportan un plus a la vida pública, pero no es necesario que lo hagan. Con que estén es bastante. Es retórica, se dice por decir, para quedar bien». Pero dejemos el territorio de las ideas y vayamos a lo práctico. ¿Gobernarán de manera diferente las candidatas recién votadas en las elecciones municipales y regionales del pasado 22 de mayo? «Existen muy pocos ejemplos como para contestar a esa pregunta: sería una generalización impropia. No creo, como sostiene Michelle Bachelet, que las mujeres cambien el mundo, pero sí que cuando entran en número suficiente en determinados lugares, lo hacen más habitable», sostiene Amelia Valcárcel. «Las situaciones se vuelven más abiertas, hay más aire... Cuando las cosas son cerradamente masculinas, los hombres que llegan arriba suelen ser, generalmente, los peores, porque son los que, en mayor medida, comparten valores de exclusión.» De hecho, los deseados valores femeninos no se les deben suponer ni a las mismas mujeres. Aún funciona, y cómo, el estereotipo de la Dama de hierro que ejemplificó como nadie Margareth Thatcher, Primera Ministra británica de 1979 a 1990. Su sombra es tan alargada que, en un análisis de la relación del PP con las mujeres de José Luis Álvarez, doctor en Sociología por la Universidad de Harvard y profesor de Esade, publicado en La Vanguardia, este escribía: «Rajoy podría contar con las grandes damas de la derecha: Aguirre, Barberá y Botella. Las tres gozan de la autoconfianza y capacidad natural para el mando que H. Mansfield –uno de los pensadores conservadores más provocadores– llama hombría, y cuyo ejemplo es Margaret Thatcher».

¿Qué hay de lo femenino? «Hay mujeres que optan por liderar con un estilo más político y gobiernan con códigos más masculinos. Otras, como yo, deciden gobernar con sus propias características, algunas catalogadas como femeninas, como por ejemplo, la capacidad de diálogo y de buscar acuerdos. Pero todo eso es discutible», ha explicado Michelle Bachelet, presidenta de Chile de 2006 a 2010. Ella misma terminó su mandato con un nivel de aprobación de un 84% (máximo histórico en Chile). Incluso Evo Morales, presidente boliviano, llegó a admitir: «El diálogo con Chile sobre una salida de Bolivia al Pacífico avanzó con Bachelet y se estancó con Sebastián Piñera. Con ella, avanzamos en 12 de los 13 puntos de la agenda bilateral». En el otro lado del espectro conciliador se sitúa, por ejemplo, Cristina Fernández de Kirchner, presidenta de Argentina, que resolvió su campaña electoral sin participar en un solo debate electoral o conferencia de prensa y hoy se enfrenta a movimientos sindicales y a los analistas internacionales, que ya advierten de una nueva gran crisis inflacionista para el país. Su estilo agresivo y poco dialogante ha sido comentado hasta por Mario Vargas Llosa, quien reconoció de ella que es «un desastre total», y que el país que conduce «está en la peor forma de peronismo: populismo y anarquía». «No creo que exista una verdadera diferencia de rol entre diputados y diputadas», confirma Iolanda Mármol, autora de Secretos de campaña (Ed. Laertes). «En realidad, todos esos clichés que asocian a las mujeres a una mayor capacidad para la negociación y les otorgan una especial sensibilidad no dejan de ser marcos apriorísticos, estereotipos heredados. En el Congreso, en las sedes de los partidos, en los ministerios, el rol de hombres y mujeres es el mismo. La visibilidad de las mujeres en política no garantiza que tengan más poder», explica Mármol. «Las cuotas se traducen en una mayor presencia de ellas en las listas, pero la organización de los partidos se sigue rigiendo por estereotipos sexistas que, si bien están maquillados, continúan vigentes. La imagen de la mujer, en política, es sólo una estrategia más para llegar al electorado femenino.»

¿Cómo debería ser ese político del futuro que sí abrace los valores femeninos? ¿Cuál es el modelo de poder femenino? Volvamos a Amis: «Creo que ha habido 20 presidentas de Gobierno desde la II Guerra Mundial, algunas de ellas gracias a la herencia o la viudedad. Sin embargo, todas han tenido que demostrar que son más duras que los hombres. Por eso, Hillary Clinton dijo que si los iraníes intentaban algo, ella los sacaría del mapa. Margaret Thatcher fue, asimismo, bastante ajena a las virtudes femeninas. En el futuro, los valores de las mujeres emergerán. Conocí a Angela Merkel y detecté que ella los ha utilizado a la hora de soportar la situación política alemana. Me gustaría que una Merkel llevara las riendas de todos y cada uno de los países». José Antonio Marina no excluye ningún género de la proverbial dureza del alto cargo. «El poder político exige tomar decisiones difíciles en las que no se pueden tener demasiadas contemplaciones, y, además, para llegar a un puesto de esa responsabilidad, hay que soportar largas luchas por el poder que no suelen hacerse con guante blanco. El poder endurece, en general. Muchas veces, las diferencias son más de imagen que de realidad. Hay políticos que necesitan dar una idea de dureza para tranquilizar a los ciudadanos. Pero todo poder se ejerce por procedimientos idénticos: otorgando premios, infligiendo castigos, cambiando las creencias y los sentimientos. Cada político utiliza las mismas herramientas, aunque con diferentes estilos.» «Es la democracia la que cambia las maneras de gobernar», opina Valcárcel. «No se trata tanto de las personas como del medio. Obviando generalizaciones, sería de desear que la gente que se dedica a lo público fuera decente: que no favoreciera a los propios, no se quedara con el dinero público... Da la sensación de que estas personas no abundan. Más aún, de que están siendo expulsadas del panorama», concluye.

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