miércoles, 17 de marzo de 2010

Soldados y civiles, un artículo de Pedro M. Domene para Cuadernos del Sur

Pedro M. Domene nos hace llegar, muy amablemente, el artículo que dedicó en Cuadernos del Sur, del 13 de marzo pasado, a Ambrose Bierce en ocasión de la publicación de Cuentos de soldados y civiles, prologado y editado por Emili Olcina y publicado por Laertes. ¡Vale mucho la pena, tanto el libro como el artículo!



Soldados y civiles
Ambrose Bierce muestra el horror como
experiencia esencial de la guerra




(Pedro M. Domene.) El misterio en torno a la desaparición de Ambrose Bierce (1842-¿1914?) supuso, para su fortuna literaria, la negación y el olvido, aunque alcanzaría, sin embargo, la gloria décadas después gracias a la fuerza singular de un estilo cuya notoriedad extrema se concreta en lo grotesco y lo sombrío de sus historias, contadas e inspiradas en la veracidad cotidiana que hicieron emerger las trágicas sacudidas de un siglo XX tan próximo al autor norteamericano. Un destino en círculo que, caprichosamente, siempre ha envuelto a unos hombres que han terminado pagando su deuda con el mundo. Ambrose Bierce afilaría sus armas para ofrecernos en su Diccionario del diablo (1906) una burla total y despiadada del género humano, de sus instituciones, de sus presupuestos lógicos, de sus ideas más conspicuas y un repaso a la más diabólica lexicografía contra las ideas que jamás nadie haya podido pensar. Sin embargo, en su libro más conocido, Cuentos de soldados y civiles (1891), esbozó un erial moderno de pobreza y de guerra en el que el futuro aparece excluido. De estos relatos destacarán aquellos donde el horror metafísico encuentra un sustento de veracidad cotidiana. Estos cuentos pretenden expresar ese horror como la experiencia esencial de la guerra. Existe en estos cuentos un componente irreal y fantástico espectral en el sentido del más allá que se agudizará en posteriores obras. Diecinueve cuentos componían la primera edición de este singular libro, publicada en 1891, en cuya segunda edición se añadieron once más, tanto de soldados como de civiles, una edición inglesa, aparecida en 1892, señala Emili Olcina, autor de una nueva edición y traducción de los relatos de Bierce, que a diferencia de la anterior de Jorge Ruffinelli reproduce la edición revisada del autor para el volumen II de sus Collected Works. Vida, horror y muerte serán las premisas de unas historias de soldados entre los que podemos encontrar buenos ejemplos del mejor arte narrativo de todos los tiempos. Con una estructura perfecta, muestran una multiplicidad de sucesos cuyo tema común, la guerra, se solapa con el de la muerte. Y así encontramos relatos en los que un soldado da muerte a su propio padre, un capitán ordena disparar un cañón situado frente a su casa, un prisionero mantiene una conversación filosófica con su ejecutor, o un misterioso jinete surca el cielo. Los cuentos de civiles, por otro lado, comparten ese componente irreal y fantástico que caracteriza a toda la colección, pero el dramatismo en éstos es menos eficiente, aunque conservan la maestría de la acción.

La condensación dramática, en general, completa perfectamente el volumen y servirá de base para posteriores entregas; también, sus relatos están impregnados de humor, aunque un humor tan negro que no resulta fácil percibirlo, como señala Olcina, pero cuya omnipresencia es necesaria para la coherencia de la narración. Al mismo tiempo, Cuentos de soldados y civiles señala esa doble realidad, tan diversa, de una posterior nación unitaria, aunque en los relatos de soldados la guerra está en curso, y también está, en los de civiles, la conquista del Oeste. Bierce nunca enfocará la historia como si se tratara de un aspecto titánico, sino que la examina a través de conflictos personales, y será entonces cuando el lector contemple la debilidad humana magnificada en los escenarios grandiosos de la Guerra Civil y del Gran Oeste.



Ambrose Gwinett Pierce nació en Meigs Country, Ohio, en 1842, y fue décimo de un total de trece vástagos de una modesta familia calvinista que educó a sus hijos en la escuela rural del lugar y en la modesta biblioteca del padre. Las precariedades familiares llevaron muy pronto al joven Bierce a abandonar su casa a los quince años para instalarse en la cercana Warsaw, inicialmente como aprendiz de impresor, aunque muy pronto aprovechó para alistarse voluntario en el Noveno Regimiento de Infantería de Indiana, del ejército de la Unión, apenas comenzada la contienda civil. El año 1866 marcaría el inicio de un cambio de rumbo en la sociedad norteamericana y en la propia vida de Bierce: empezaría a ejercer su definitiva profesión de periodista y durante más de treinta años se entregaría a esta actividad, publicando en los principales periódicos de la costa californiana: el Argonaut, News Letter, Overland Montly y el San Francisco Examiner. Alternó su dedicación a la prensa con su creación literaria. Viajó a Europa, vivió en Londres y volvió a San Francisco con una amplia experiencia y con algunas de las obras que posteriormente le harían famoso: Cuentos de soldados y civiles (1891), ¿Pueden existir tales cosas? (1893), Fábulas fantásticas (1899), El diccionario del diablo (1906), o los doce volúmenes de sus Obras Completas (1909-1912). Tenía setenta y un años cuando el escritor escribió: “Soy tan viejo que me avergüenza vivir todavía”, una resonante frase encontrada en una de las últimas cartas que se conservan de sus días en Méjico. Premeditación que le llevaría a dejarse matar, ser un gringo viejo y un provocador en medio de una revolución, suma final de uno más de los ingredientes de sus numerosos actos sublimes. La literatura, por otra parte, está poblada de hermosos suicidios porque, al fin y al cabo, si el asesinato puede ser considerado como una de las bellas artes, con mayor motivo ha de serlo el suicidio que no es ni más ni menos que un asesinato perpetrado en la propia persona.

UN FINAL CONFUSO

Un día de 1913 cruzó la frontera con una importante cantidad de dinero y un salvoconducto que le permitiera recorrer el territorio constitucionalista. En Chihuahua escribió dos cartas: una fechada en la Nochebuena de 1913 y otra dos días más tarde, el 26 de diciembre. Poco más se sabe de él. En el cementerio del pueblo mejicano de Sierra Mojada existe una tumba donde, según la tradición local, está enterrado un gringo que a principios de 1914 intentaba unirse a las fuerzas de Pancho Villa, y fue fusilado contra la pared del cementerio por tropas fieles a Victoriano Huerta. Los lugareños cuentan que el gringo, encarado a su pelotón de fusilamiento, se echó a reír y siguió riendo incluso después de haberle derribado la primera descarga. La literatura de Bierce debe mucho a Edgar Allan Poe, para quien la realidad se encontraba siempre más allá, fuera de lugar o por debajo de las formas estabilizadas.

Sus obras, en general, están repletas de dramas y de fuerzas psíquicas impersonales, y en su escritura se percibe el dominio de estas fuerzas que consiguen llegar hasta la misma psique humana. En sus cuentos el futuro siempre está excluido, la atrocidad de algunos momentos no deja indiferente a un lector que valora las pesadillas vividas por sus protagonistas.

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