miércoles, 3 de septiembre de 2014

Reseña en La Línea del Horizonte


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Los viajes y las horas 

Un relato de veinticuatro viajes a lugares repartidos por los cinco continentes, cada uno narrado a una hora del día. La hora de Aquitania, del monte Sinaí, de Tokio, de Karnak, de Namibia, Etiopía… Paisajes que Rafael Manrique llena de sentimiento, en un libro que nos inspira a viajar de otra forma.

18 de agosto de 2014
Cuando nos adentramos en un libro de viajes queremos aprender algo sobre el lugar, o soñar o evocar nuestro propio viaje. ¿Es el libro Los viajes y las horas un libro de este tipo? Con nuestro afán de clasificar lo tendríamos difícil, porque, en definitiva, una clasificación es un corsé. El libro es más una sucesión de ensayos al hilo, o con el pretexto, de los viajes.
Estas veinticuatro horas son una forma de presentar otras tantas estampas de lugares, siempre especiales. Son pequeñas impresiones cargadas de sentido y significado. Pero no es una antología de relatos acumulados, ni menos un centón, sino que, a pesar de ser todos muy diferentes, o precisamente por ello, de estar presentes los cinco continentes, y distar en el tiempo de la visita, hay un hilo conductor y un propósito.
Como buen psiquiatra –y con un bagaje cultural humanístico importante–,Rafael Manrique sabe extraer de cada lugar o situación algo que no es lo obvio ni lo previsible. Así, en estas veinticuatro horas, además de unas descripciones muy claras y vívidas, a menudo con una acompañante como interlocutora, para darle más perspectiva al relato, los lugares y las situaciones le llevan a algo mucho más profundo. Karnak le evoca la eternidad, la irrealidad y la imagen del Universo; Tokio, el movimiento y la desmesura; el monte Sinaí, la meditación, la música y la espiritualidad; el lago chileno Chungará, la emoción del cosmos y la madre Tierra; Namibia, las rarezas botánicas del desierto aparentemente estéril; las salinas de Essale, en Etiopía, la pobreza, la maldad y lo telúrico. Hasta en la civilizada y frecuentada Aquitania no se queda en la simple descripción, sino que el autor se adentra en el concepto de playa, en lo que significa para el turista, para las vacaciones, para vivir. Cada lugar trae una idea, y Rafael Manrique observa y siente, no rebotando apenas en lo gráfico, en lo inmediato.
Hay algo que nos sigue por todo el libro, que es el sentimiento del paisaje, lo que Unamuno hubiera aprobado, aunque no sea ahora en la Sierra de Francia ni Fuerteventura, sino mucho más remoto, en general (aunque el autor también escribe sobre Santo Domingo de Silos y sobre la Liébana).
Además, siempre hay un giro, una pirueta lógica en cada capítulo, algo como una metáfora, en la que lo semejante se desprende de la imagen observada o leída. Cada capítulo es, en este sentido, metafórico. Pero cada lector podrá interpretar las páginas de este libro a su modo, a cada uno le evocarán cosas distintas según su estado de ánimo o su previo conocimiento o noticia del lugar descrito.
Además de ser un inveterado viajero, conocedor de lugares remotísimos, es un pensador (a veces, ese personaje femenino que le acompaña es quien le saca de la ensoñación, como un gracioso contrapunto a su meditación, haciéndole bajar a la tierra). Rafael Manrique es, en fin, un ejemplo: no juzga, no saca moralejas ni conclusiones, sus veladas críticas son respetuosas; simplemente relata lo que le sugiere un lugar o los trabajos y movimientos de las gentes. Como él mismo dice “el mundo alrededor es un ámbito lleno de significado”. Y se siente entre lo cultural y lo natural. En este sentido, es un libro que nos inspira y ayuda a tener otra mirada, a viajar de otra forma.
Se lee muy bien, pues cada capítulo es una sorpresa, un descubrimiento. Las citas de libros y escritores no son culteranas ni abruman, sino que ilustran. Y a este respecto, una pequeña sugerencia es que los autores que cita, que son muchos, podrían serlo con el nombre completo, no sólo con la inicial y el apellido o, si son muy conocidos, con el apellido. La editorial Laertes (éste era el padre de Ulises) nos trae siempre títulos diferentes, saliendo, nunca mejor dicho, de los senderos más trillados. El libro de Rafael Manrique encaja en su catálogo perfectamente, por propio derecho.

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