miércoles, 10 de septiembre de 2014

Diario de Noticias

Entrevista a ÁNGEL MARTÍNEZ SALAZAR,
periodista y escritor


“En cualquier conflicto bélico, la primera víctima siempre es la verdad.”

El periodista y escritor alavés Ángel Martínez Salazar acaba de publicar su último trabajo, que lleva por título Aquellas guerras que nos contaron (Laertes)

R. USÚA JAVIER ARIZALETA - Lunes, 1 de Septiembre de 2014 - Actualizado a las 06:07h

ESTELLA-LIZARRA - 
El autor, afincado en Tierra Estella, deja patente en el libro cuál es una de sus grandes pasiones, la lectura casi obsesiva de periódicos, especialmente la sección de Internacional. En él, plasma además su visión del mundo en función de la información que han ido transmitiendo los corresponsales de guerra españoles, de los que hace una radiografía histórica, eso sí, huyendo del modelo enciclopédico. 

Habla Martínez Salazar de una profesión cambiante y arriesgada que se ha cobrado muchas vidas, de periodistas que han dignificado la profesión y también de otros, los menos, no demasiado honestos. Precisamente esta figura, la del periodista especializado en conflictos internacionales, que cuenta 'in situ' lo que ocurre en países en guerra, ha cobrado especial relevancia en los últimos meses, y sobre todo en las últimas semanas, tras la muerte de James Foley, periodista estadounidense ejecutado por los yihadistas del Estado Islámico.

¿De dónde le viene ese interés por los reporteros de guerra?-En su día, hace unos 15 años, quise hacer un libro sobre la figura del periodista en la novela española contemporánea y me salió un capítulo que era este, y que daría para otro libro. Aquí se han juntado tres cosas; primero, como lector de periódico, lo que más me interesa es la sección de Internacional, y pude haberme especializado pero no me apetecía irme a Madrid; además yo tengo la pedrada del viaje, hay algo que me apasiona de viajar. Es más, creo que es una putada no tener dos vidas: una para viajar constantemente y otra para quedarme en casa. Y en tercer lugar, pensé en por qué no hablar de gente, de corresponsales que yo había conocido de cerca.

¿Qué se va a encontrar el lector en Aquellas guerras que nos contaron?-No es una enciclopedia, ni una publicación cerrada sobre los corresponsales. Es la visión de un vasquito, yo, que ve el mundo a través de los periódicos y los libros, y al que los corresponsales de guerra le han servido de informadores. Eso le ha servido también para mirar hacia atrás, a ver quiénes era los primeros que empezaron a contarlas. Pero no hablo de trincheras, ni de batallas, ni de fuegos cruzados; eso no me interesa.

El libro está plagado de citas, de anécdotas…-Sí, porque hay que ilustrar, pero he querido ser honesto, añadiendo lo que dice o cuenta cada uno. Tampoco pretendo ser imparcial. Ahora hay una guerra en Gaza, y yo hablo de campos de concentración, de terrorismo de Estado... A mí los hebreos me caen bien, de vez en cuando como comida judía y me interesa mucho la historia de los sefardíes; los de Hamás tampoco me caen bien, pero, ante la brutalidad, no puedo ser equidistante con Israel, está masacrando a un pueblo.

¿De haber sido corresponsal de guerra, qué conflicto le hubiera gustado cubrir?-Estuve en El Salvador y Guatemala en los años 80, y me interesa básicamente Centroamérica. Y, para que haya un guiño, no solo por vasco, me hubiera gustado acompañar a Belaustegigoitia en los años 30 a Las Segovias (Nicaragua) para conocer a César Augusto Sandino, o en los 80, a los sandinistas entrando en Managua. No me interesan mucho otras guerras, como las de Oriente Próximo o la de Irak, me quedan un poco lejos.

Divide a los corresponsales en distintos tipos: los que escriben desde el hotel, los que se juegan el pellejo…-Es que no dejan de ser periodistas como tú o como yo. Y hay quien se ve que es un gandul y no se mueve del hotel, y quien dignifica la profesión, como Manu Leguineche o Ramón Lobo, los dos grandes ejemplos, para mí, de buenos corresponsales de guerra. Hay algunos más literarios (Maruja Torres, Javier Reverte, Pérez-Reverte…), más juguetones, como Javier Nart o Julio Fuentes… Y también hablo de las corresponsales, las mujeres han aportado muchísimo a la profesión porque tienen otra sensibilidad y se van a fijar en cosas que los hombres no. No puedo olvidar tampoco a los corresponsales vascos, que aparecen por todas las esquinas: Soriano, Belaustegigoitia, Iriondo, Sistiaga… Y hay autores que me interesan por su precisión, su perspicacia, su punto de vista, quienes cuentan mejor el ambiente… También le he querido dar al libro un cierto soporte literario ya que, por ejemplo, en la Primera Guerra Mundial no hablo de corresponsales, porque ninguno estuvo en las trincheras, sino en la retaguardia, a buen recaudo.

¿Qué es lo que admira de los corresponsales y qué aborrece?-Hay una cosa que no me agrada en general de algunos: la propaganda, las visiones sesgadas, la descarada falta de objetividad, la moralina, el morbo... Para ver lo que pasa en Siria o en Gaza no hace falta que usted me salpique la página con sangre. Y sí me agrada el rigor, la información de primera mano y contrastada, una visión del conflicto didáctica y, cómo no, cierto sentido del humor sin ser frívolo, claro.

Asegura que éste es el libro que más le ha costado escribir…-Sí, por la temática, no por el tiempo. Es verdad que empecé hace diez años en una vacaciones en el Cabo de Gata, pero por lo que de verdad me ha costado es porque, a nada que tengas un mínimo de sensibilidad, es duro tragarte una guerra. La gente, por la nefasta influencia de las películas bélicas, piensa que el periodista es un tío que se lo pasa de puta madre: está en el hotel, liga con una chica de la Cruz Roja o de una ONG, tiene buenas dietas…

Cuando, en realidad, usted resalta una y otra vez lo mal pagados que están.
-Muy mal y con pocos medios, siempre intentando aprovechar el móvil, la cámara de fotos o el télex del compañero para llegar a tiempo.

Dice que en Irak se acabó el corresponsal de guerra tal y como se concebía.-Hasta entonces un corresponsal se movía a su aire, a su libre albedrío, sabía dónde podía ir... A partir de Irak cambia. Los ejércitos ven que los reporteros son peligrosos, porque van a contar lo que están viendo, y empiezan a controlar. De hecho, los servicios de inteligencia israelíes controlan en estos momentos tanto a Hamás como a las corresponsales extranjeros. Y al que sea un poco molesto, seguro que le putean; eso pasa en cualquier guerra. El periodista es una persona a controlar, porque en cualquier conflicto la primera víctima es la verdad. Si ahora en Ucrania hubiera habido un corresponsal, habría contado quién lanzó el misil. Ahora todo es confusión y unos se echan la culpa a los otros.

¿Quiere decir que es una figura en peligro de extinción?-No, pero va a tener que adaptarse a otras situaciones. Primero, porque a las empresas, en una profunda crisis, no les interesa invertir en periodismo de investigación, enviados especiales… 
Además, como digo, los controles por los ejércitos son férreos, ya no se pueden mover como hace veinte años. La ventaja para las empresas es que gracias a Internet y a las redes sociales hay otras fuentes de información, incluso de ciudadanos de a pie. Luego hay que contrastar, ahí está el peligro. También en las grandes empresas hay mucho papanatas que se fía más de las grandes agencias de información que del freelance, del periodista independiente. Y hay que desconfiar un poco de esas grandes agencias, aunque sean decentes, porque te pueden envolver y vender mercancía averiada.¿Por qué cree que un periodista da el paso de ir a un conflicto y se expone al peligro?

-En el libro no he buscado esa respuesta, pero, por ejemplo, Leguineche, al que mejor conocí, era todo lo contrario a un Indiana Jones. Era grande, torpe…, no me lo imagino corriendo en una balacera. Supongo que será el interés por ser testigos y cronistas de la historia. Creo que tiene que ver más con las ganas de contar que con otra cosa, a pocos les va la marcha esa del riesgo. 

Y también que es algo de edad, cuando se cumplen años ya pocos quieren ir. Los periodistas somos curiosos y, al que le falte eso, tiene que volver estudiar otra cosa. Eso y la ganas de contar son lo más importante, por encima incluso del talento. Yo, si fuera director de un periódico, no querría al primero de la clase, sino al más curioso y al que más ganas de contar tuviera.

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