viernes, 15 de junio de 2012

Pablo-Ignacio de Dalmases, sobre «De comerse el mundo. La cocina de los viajeros españoles», de Ángel Martínez Salazar


La cocina de los viajeros españoles



«Hay una cosa que un viajero -o cualquier turista debiera hacer cuando llega a un lugar desconocido…: acudir al mercado local, pasear en los amaneceres, asomarse a los establecimientos de todo tipo, buscar la música que hace cantar y bailar a sus habitantes, visitar los museos y rincones emblemáticos, asistir a una manifestación cultural típica, ojear la prensa local, conversar -incluso por señas o en chabacano- con la gente y, desde luego, probar la comida y bebidas de la zona». Un sabio consejo con el que Ángel Martínez Salazar inicia su libro De comerse el mundo. La cocina de los viajeros españoles (Laertes).

Uno de los mejores alicientes de cualquier viaje es el descubrimiento de las cocinas locales, que son el resultado tanto de la disponibilidad real de materias primas, como de siglos de tradiciones, culturas, hábitos e incluso normas y prejuicios religiosos. Variedad ciertamente amenazada por la creciente globalización, con la subsiguiente imposición de pautas de alimentación que tienden a una peligrosa uniformidad. Martínez Salazar ha seleccionado una cuidada, amplia y variada antología de textos de viajeros españoles en lo que éstos hablan de sus aventuras gastronómicas en tierras lejanas e ignotas, desde los clásicos de los grades descubrimientos como Fernández de Oviedo, fray Juan González de Mendoza, Eugenio de Salazar o Pedro Menéndez de Avilés, los viajeros del siglo XIX, cuales Cristóbal Benítez, Manuel Iradier, Ali Bey el Abasi o Pedro Artonio de Alarcón, los expertos gastronómicos de nuestro tiempo, como Nestor Luján y Juan Perucho o lo nómadas contemporáneos, como es el caso de Rusiñol y Sagarra en la primera mitad del siglo XX o Reverte, Pancorbo, de la Cuadra y Leguineche en nuestro tiempo. Todo ello para descubrir que, como dice un viejo refrán, «todo lo que nada, corre o vuela, a la cazuela».

De ahí que Martínez Salazar traiga a colación exquisiteces como perro asado en Filipinas o Corea, taquitos de gusanos en México, saltamontes de Arizona, ratas al ajillo de Rotterdam, estofado de pene de búfalo, mus de serpiente cascabel en Tokyo, mono verde asado en el Congo, huevos de hormigas rojas en Laos, Thailandia y México, guiso de canguro en Australia, huevos de iguana en Colombia, foca hervida en Alaska, ahumado de orugas, sapos, termitas y hormigas en Colombia, y asado de perro en la islas Carolinas. Como dicen en Cuba, para gustos hay colores… y ¡y sabores!

Pablo-Ignacio de Dalmases, Diario Marítimas

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