Había publicado ‘El chador azul’
(Laertes), sobre Irán. ¿Qué
aprendió de aquel viaje?
Aprendí mucho. Fue un viaje que
marcó un antes y un después. Antes
me limitaba a ver monumentos
y llevarme algunas fotos de recuerdo,
ahora viajo siempre con
la intención de conocer a las personas.
Intentar comprender cómo viven,
cómo piensan en sociedades
distintas a la nuestra.
¿Qué le llevó a Corea del Norte?
Quería descubrir la belleza en un
lugar hostil. Todos los relatos que
había leído sobre Corea del Norte
lo pintaban como un lugar gris
y robotizado.Me parecía el destino
más horrible para unas vacaciones.
Por eso fui. Quería saber
si sería capaz de hallar en ese
marco algo que pudiera emocionarme
de forma positiva.
¿Por qué ha elegido ese título?
Corea del Norte es un lugar aislado.
Ni los norcoreanos saben
exactamente qué sucede fuera, ni
nosotros sabemos con claridad
qué ocurre dentro. Para el norcoreano
medio, la frontera está cerrada
24 horas. No hay posibilidadde
salir del país. Y para el extranjero,
entrar tampoco es una
tarea sencilla. Tener algo cerrado
las 24 horas es extraño. Es como
si no existiera.
¿Qué es lo que más le impresionó
ahí? ¿La absoluta dependencia
del «Amado Líder», quizá?
Entre otras muchas cosas. Corea
del Norte es un destino paradójico
en el que muchos aspectos impresionan,
para bien o para mal.
Por ejemplo, también me impactó
el orgullo con el que se muestra
el pueblo. Siempre con la cabeza
alta: aseguran que son felices
por vivir en lo que consideran
el paraíso.
¿Comprobó que para ellos es como
la divinidad, el Dios?
Algún habitante nos lo dijo literalmente:
«No creo en ningún
dios, solo creo en el Líder. Él es
mi dios». El Líder es considerado
como un padre, un guía, alguien a
quien venerar y honrar constantemente:
Kim Il Sung, Kim Jong
Il. Lo ven como un protector ante
la maldad capitalista y alguien
a quien amar por encima de todo.
La vida del norcoreano se centra
en engrandecer la imagen del líder.
También nos dijeron que en la versión de Corea del Norte, los
norteamericanos se sitúan en la
cúspide de la maldad.
¿Qué le pareció lo más inquietante,
lo más perturbador?
A veces me parecía estar en un videojuego.
Todo era igual. Filas ordenadas
para esperar el autobús,
sonrisas milimétricamente idénticas
para dar la bienvenida, desfiles masivos
con una sincronización
exacta. Es todo tan perfecto
que parece irreal. Eso era inquietante.
¿Intuyó que existía descontento?
Los norcoreanos nos explicaban
con orgullo su sistema de gobierno.
Tanto si lo piensan realmente
como si no lo hacen, lo único que
pueden hacer es venerarlo.Hacer
lo contrario supondría un delito.
¿Tuvo la sensación de que siempre
estaban vigilados?
Más que una sensación, es un hecho.
Hay dos personas durante toda
la jornada que se preocupan de
seguir tus pasos, ver lo que dices,
comprobar lo que escribes y revisar
lo que fotografías. Todo el
rato.
Se habla mucho de Cuba y de Corea. ¿Cómo definiría usted ese
vínculo?
En Cuba hay vida, sexo, música,
risa y espontaneidad. Esa parte no
la encontré en Corea del Norte.
Nodigoquenoexista, pero loque
se mostraba al turista era mucho
más robotizado.
¿En qué medida se confirmó lo
que había leído?
Hubo de todo. Confirmé mucho
de lo que había leído pero también
hubo aspectos que me sorprendieron,
comoperderme sola,
sin guías, en un parque de atracciones.
El balance fue positivo.No repetiría, pero me alegra haber aprendido que casi todo, también en Occidente, es mentira.
ANTÓN CASTRO
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