viernes, 10 de junio de 2011

Reseña de "Bigas Lunas. El ojo voraz" en el periódico La nación, de Costa Rica

Reproducimos a continuación la reseña que ha escrito Bértold Salas Murillo sobre el libro Bigas Luna. El ojo voraz, de Carolina Sanabria. La reseña apareció en el periódico costarricense La Nación.

Apetentes miradas



Los filmes de Bigas Luna (Barcelona, 1946) suelen escapar a las calificaciones más burdas, esas que pretenden colocar un texto artístico en una escalera que va del primero al décimo peldaño, o de una solitaria estrella a un conjunto de cinco: la primera es el premio a la mediocridad, y las otras, a la excelencia. Ello incumbe a todo texto artístico, entre los que se cuentan muchas películas: la experiencia estética y cognitiva del encuentro con el arte es irreductible a una jerarquía unidireccional y carente de matices.

La precariedad de esta aproximación al arte es más evidente cuando se trata de películas como las de Bigas Luna, que hacen difícil –cuando no imposible– el examen exclusivo de sus componentes fílmicos pues ponen en juego los valores, el pudor y las características del gusto del espectador.

Producto de sus estudios doctorales en comunicación audiovisual en la Universidad Autónoma de Barcelona, Carolina Sanabria presenta Bigas Luna. El ojo voraz, sobre la obra de uno de los cineastas españoles más comentados –no digamos “bueno” o “malo”– en las últimas tres décadas.

Que sus primeras películas –Tatuaje (1976), pero especialmente Bilbao (1978) y Caniche (1979)– hayan aparecido en esta coyuntura de apertura política y moral hace su cine aún más reseñable.

Como apunta el prologuista Roman Gubern, uno de los principales críticos de cine en castellano: “La deslumbrante irrupción de Bilbao en el paisaje cinematográfico español supuso una saludable conmoción en los días turbulentos de la transición política española hacia la democracia” (pág. 13).

La cinematografía de Bigas Luna está compuesta por una quincena de largometrajes, que Sanabria examina reconociendo continuidades y rupturas temáticas y estilísticas. Lo define como un creador transdisciplinario, de manera que también estudia sus cortometrajes, cuentos inéditos y proyectos fallidos (¡alguno con Dámaso Pérez Prado!), así como su obra escénica, gráfica y plástica.

Tatuaje fue la primera película de Bigas Luna. A partir de una novela de Manuel Vázquez Montalbán, supuso el aprendizaje del oficio de un cineasta que por entonces rozaba los 30 años. Más interesantes son sus siguientes filmes, que Sanabria señala como integrantes de una trilogía negra: Bilbao y Caniche, y la posterior cinta Angustia (1986). Son películas voyeuristas y fetichistas, en las que la cámara es un personaje, tanto o más obsesivo que los protagonistas.

Similares características se hallan en sus otros largometrajes de los años 80: la ácida mirada al negocio del fundamentalismo religioso estadounidense en Reborn (Renacer, 1982), y el acercamiento frontal a la sexualidad en Lola (1985).

En los años 90, Bigas Luna se convierte en un cineasta “popular”, y estrena filmes que complacen al público y a un sector de la crítica. Casi todos fueron exhibidos en cines costarricenses y circularon en videoclubes. Fueron los años de Las edades de Lulú (1990), a partir de la novela homónima de Almudena Grandes, y de lo que Sanabria denomina la “trilogía mediterránea”, integrada por Jamón Jamón (1992), Huevos de oro (1993) y La teta y la Luna (1994) y dedicada a construir la “especificidad hispánica”.

Tras el fracaso crítico y comercial de Bámbola (1996), Bigas Luna encadena una serie de adaptaciones de textos literarios que temáticamente no desmerecen sus obras precedentes, aunque muestran un dominio más convencional del lenguaje cinematográfico, como son La femme de chambre du Titanic (La camarera del Titanic, 1997), Volavérunt (1999) y Son de mar (2001).

Como destaca Sanabria, la propuesta artística de Bigas Luna es exuberante. En tanto cinematográfico, su universo está contaminado de otros lenguajes artísticos; en tanto concepto, podría resumirse en que “el ser humano sigue siendo un animal” (pág. 15); sus historias y personajes aparecen como rendidos al imperio de los sentidos, especialmente el erótico y el nutritivo.

Independientemente del aprecio que se tenga por la cinematografía de Bigas Luna –compleja, ambigua, kitsch, algo oportunista–, es valioso toparse con una obra de verdadera crítica de cine.

En nuestro medio se ha confundido la crítica con la nota periodística, las ocurrencias y los juegos de palabras, así como con la pura cinefilia. Por el contrario, la obra de Sanabria es una más entre las contadas excepciones en que la pasión por la cinematografía viene acompañada de una vasta cultura y recursos analíticos.

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