jueves, 1 de abril de 2010

Reseña de Diarios de la India. Experiencia de campo con una hechicera brasileña.

Reproducimos a continuación la extensa reseña de Diarios de la India. Experiencia de campo con una hechicera brasileña, de Fernando Giobellina. La reseña la firma Francisco Vázquez García, de la universidad de Cádiz, y apareció en la revista ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura.






Esta obra recoge el trabajo antropológico de campo realizado por su autor hace casi un cuarto de siglo. No sólo es reveladora de la forma de vida vinculada a uno de los cultos populares más difundidos en el centro-sur de Brasil –el umbanda–, sino que constituye un ejemplo de ejercicio de reflexividad en etnología. La distancia de veinticinco años –se trata del primer trabajo de campo realizado por este reconocido y experimentado investigador– se convierte en una virtud epistemológica que le permite al autor lanzar una mirada crítica sobre sí mismo. Pone sobre el tapete el problema de la distancia entre el sujeto de la observación etnográfica y su objeto, constituido por la experiencia vivida del “otro” observado. A través de este desdoblamiento se exploran los límites de la visión soberana practicada habitualmente por el estudioso, sumergido como pez en el agua de la vida académica: su sesgo intelectualista, empeñado en encontrar una sistematicidad teórica donde opera la lógica práctica, lacunar y estratégica, propia del oficiante religioso; al mismo tiempo, su proclividad a dejarse arrastrar por el magnetismo y la fuerza del protagonista de su historia. En este caso se trata de la “India”.

El texto, como se dijo, expone el trabajo de campo realizado a comienzos de los años ochenta, a partir de la convivencia con un pequeño grupo radicado en la periferia de São Paulo (Vila Brasilândia), practicante del culto umbanda. En su ceremonial, que combina elementos procedentes del espiritismo, el candomblé, el catolicismo popular, la macumba y la hechicería europea, los oficiantes incorporan la presencia de espíritus de muertos que actúan como mediadores para resolver los daños que afligen a los solicitantes del rito. En este caso se narra la experiencia de casi dos años compartidos con una singular médium: la India, llamada así por su procedencia guaraní.

La investigación se plasma en un relato, un “diario” que pone entre paréntesis las formas de la monografía académica para dar la voz a los protagonistas, integrando en la trama la propia peripecia biográfica del investigador, entonces bisoño. En la Introducción se reconstruye el espacio de posibles que conforma el campo religioso brasileño. En el polo dominante, las religiones “eruditas” como el catolicismo oficial o las distintas variantes del protestantismo; en el dominado, un inmenso territorio de cultos “subalternos” –esta noción, de matriz gramsciana, atraviesa toda la madeja del libro– donde se reconocen cuatro modalidades: dos exógenas (espiritismo y pentecostalismo) y dos exógenas(umbanda y candomblé).

El culto umbanda se practica en ciertos templos o terreiros y consiste, como se dijo, en la intervención de médiums que dirigen el ritual siendo poseídos por espíritus de muertos que se comunican mediante cánticos, dibujos rituales y gestos ceremoniales; recibiendo ofrendas y conversando con los asistentes. Los espíritus que comparecen responden a un cuadro más o menos estereotipado: indios indómitos, pastores, soldados romanos, festivos habitantes del nordeste brasileño, marineros, viejos esclavos (y esclavas) negros, gitanos, niños revoltosos, malhechores y prostitutas. Los dos capítulos iniciales entronizan al lector en el mundo de “la India”, una peculiar oficiante de este ritual. Su caso y el del pequeño grupo concentrado en torno a ella no constituye sin más un ejemplo de culto umbanda. Se trata de una variante singularísima, marginal y a su vez “subalterna” respecto a una religiosidad que ya por sí mismo posee esa condición. En las incorporaciones practicadas por la India reina una ambivalencia poco común en otros terreiros. No existe una división neta entre espíritus de reclamo benéfico (derecha) y espíritus maléficos (izquierda). En todo caso sus intervenciones privilegian la hechicería o magia negra (quimbanda), que apunta a remediar los problemas de los clientes provocando daños en sus agresores.

Por otra parte, a diferencia de otras comunidades umbanda, en el pequeño círculo –donde las fronteras entre vínculos familiares y clientelares se hacen borrosas– de la India se subraya la condición no
venal de la ceremonia. Después de introducir biográficamente a la protagonista y al escenario donde tienen lugar los encuentros, se describen minuciosamente –a partir de un abundantísimo material hecho de anotaciones y de grabaciones magnetofónicas– las redes sociales movilizadas en torno a los rituales celebrados en casa de la India. Este tercer capítulo es el más extenso del libro y en él se pasa revista a los “vivos” –clientes, colaboradores de la médium– y a los “muertos” –espíritus– que conforman la comunidad en cuestión. El relato es tan detallado y tan directo que le permite al lector entrar en la atmósfera del umbanda, recrearse con el jugo dramático de las sorprendentes incorporaciones de los espíritus en la India y familiarizarse con los personajes. Éstos aparecen retratados en profundidad, con sus filias y sus fobias, sus miedos y sus esperanzas, todos atrapados bajo la fascinación y el dominio que emanan de la protagonista.

El cuarto y último capítulo relata algunas de las peripecias vividas por el grupo en el curso de experiencias ceremoniales más multitudinarias y realizadas fuera de la casa de Vila Brasilândia, como la visita al terreiro de Dona María o el encuentro de umbandeiros en Praia Grande. El final, en cierto modo brusco (se incluye asimismo un apéndice con la traducción de los fragmentos de grabación citados y un glosario de términos), cuenta los últimos días de la India, su muerte prematura y el rito empleado para distribuir las pertenencias relacionadas con los espíritus. Aquí se tiene también noticia de los conflictos de última hora suscitados entre la médium y el investigador; toda la obra puede ser leída desde este ángulo, como una exploración del difícil vínculo comunicativo entre la figura docta del estudioso y el perfil ambiguo de la vidente cargada de un saber práctico y de una astucia defensiva propia del mundo subalterno.

Lo más logrado de este trabajo puede resumirse en tres puntos. En primer lugar su capacidad para captar la “agencia” y la creatividad de este universo subalterno, sin asomo de veneración populista por los “excluidos” o de condena miserabilista. En segundo lugar el tino a la hora de poner sobre la mesa el problema del distanciamiento o la objetivación en antropología, no a partir de una digresión teórica sobre la alteridad, sino de una labor de campo contemplada desde el espaciamiento de un cuarto de siglo. Por último hay que resaltar la lucidez a la hora de recrear a escala microscópica y en toda su complejidad, el ritmo y la trama ceremonial de esta forma de religiosidad. Se trata de una experiencia que obliga a llevar al límite las categorías y divisiones conceptuales (distinción entre verdad y ficción, entre sujeto y objeto) en las que se asienta la identidad científica y el estatuto social del antropólogo.

Por Francisco Vázquez García
Universidad de Cádiz

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